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Stephen Miller es uno de los pocos asesores que subsiste desde el principio en la Casa Blanca de Donald Trump, y también uno de los más radicales, partidario de una política antinmigración sin complejos cuya influencia ha sido puesta en evidencia por la marcha de Kirstjen Nielsen.
Los medios ven, en efecto, la mano de este hombre de 33 años en la dimisión el pasado domingo de la secretaria de Seguridad interior.
Pero no pudo resistir la frustración creciente del presidente Trump ante la afluencia de migrantes en la frontera --100 mil personas en marzo, según cifras provisionales -- y los múltiples recursos judiciales contra sus decisiones.
Con su aire de joven tecnócrata de calva pronunciada, siempre bien vestido, Stephen Miller, nacido en una familia judía liberal de Santa Monica, en California, forma parte del círculo más cercano del presidente desde 2016.
Según la organización de lucha contra el racismo South Poverty Law Center, es ahí donde conoció a Richard Spencer, un militante supremacista blanco que se convirtió en una de las figuras del "alt-right", la derecha radical estadounidense.
Según la organización, ambos estudiantes habrían participado en la organización de un debate contra la inmigración, si bien Miller niega haber colaborado con Spencer.
El asesor coopera actualmente con el Centro de Estudios sobre inmigración (CIS), un círculo de reflexión conservador favorable a una estricta limitación de la inmigración legal.
En 2014, cuando era asistente del senador ultraconservador Jeff Sessions, contribuyó al abandono de una gran reforma sobre la inmigración que consistía en un proyecto de ley, fruto de un consenso político, la cual habría facilitado una vía para la obtención de la ciudadanía por parte de millones de clandestinos.
Dos años más tarde, integró el equipo de campaña del actual presidente, en el cual se convirtió rápidamente en asesor cercano al candidato escribiendo sus discursos y encendiendo los mitines con la repetición constante del mantra de Trump sobre la inmigración y el muro.
Tras la investidura de Donald Trump en enero de 2017, se convirtió en uno de los arquitectos del decreto presidencial que prohibía la entrada en el territorio estadounidense de ciudadanos de varios países de mayoría musulmana. Denunciado ante la justicia, el texto fue validado finalmente, tras algunos retoques, por la Corte Suprema en la primavera boreal de 2018.
Milles también está a favor de la expulsión de los inmigrantes de Guatemala, Honduras y El Salvador. "Miles de estadounidenses mueren cada año por amenazas a nuestra frontera sur", dijo en enero de 2019, afirmación que resulta falsa según las estadísticas.
"No se puede concebir una nación sin una frontera fuerte y segura", señaló en una entrevista a comienzos de este año.
"Es fundamental y esencial la idea de soberanía y de supervivencia nacional para tener control sobre quién entra y quién no entra en el país".
En enero de 2018, fue él quien persuadió al presidente de rechazar un texto de consenso sobre una reforma migratoria.
Desde hace dos años se ha convertido en un espantapájaros para los militantes antirracistas y para los demócratas, y una noche hasta fue insultado y calificado de "fascista" cunado estaba cenando en un restaurante en Washington.
Pero Miller tampoco trata de convencer a nadie de sus puntos de vista y solamente le interesa una audiencia: Trump, quien ha dicho de él que es un "genio político".
Entretanto, parte de su familia también le ha dado la espalda. Su tío David Glosser manifestó en 2018 su "desconcierto" y su "horror creciente" ante las ideas de su sobrino, que "van contra los fundamentos de la vida de nuestra familia en este país".
"Honestamente, Sr. Miller, ha rebajado la contribución judía a la unión espiritual del mundo con su división arbitraria de toda esa gente desesperada", dijo por su parte su rabino de infancia, Neil Comess-Daniels, en un sermón el año pasado.