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La pandemia por la COVID-19 provocó un parón de la actividad humana a nivel mundial, se cerraron empresas y fábricas, y no se utilizaron los transportes. Un estudio ha monitorizado esta actividad a través de sismómetros y revela que en el confinamiento bajó un 50% el ruido sísmico antropogénico global.
Se trata del período, los primeros meses de 2020, más silencioso desde que se tienen registros.
Los resultados de este análisis se publican en la revista Science, en un artículo que lideran investigadores del Real Observatorio de Bélgica y en el que participan, por parte española, expertos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Se sabe que la actividad humana provoca vibraciones que se propagan por el suelo y que el origen de las vibraciones con frecuencias entre 1 y 15-20 hercios que se registran por los sismómetros de forma más o menos continua está relacionado con el tráfico, los trenes o la actividad industrial, entre otros.
En este estudio, los investigadores recopilaron una gran cantidad de datos sísmicos de más de 300 estaciones de registro distribuidas por todo el planeta y analizaron las variaciones de energía en esa banda de frecuencias desde cuatro meses antes del inicio del confinamiento hasta la actualidad, explica en una nota Jordi Díaz, investigador del CSIC en el Instituto Geociencias Barcelona.
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Los datos han confirmado lo que se veía en las calles de las grandes ciudades: el ruido sísmico provocado por la actividad humana se redujo a la mitad durante los primeros meses del año como consecuencia de una bajada drástica de la actividad humana desde principios de febrero en lugares como Pekín o Hong Kong y desde mediados de marzo en el resto del mundo.
"Se puede observar que ha habido una progresiva recuperación del nivel de ruido en los últimos meses pero todavía no se ha llegado a los niveles previos al confinamiento", apunta el científico del CSIC.
Con el fin de tener una visión a escala planetaria, el investigador Thomas Lecocq, del Observatorio Real de Bélgica y líder del trabajo, elaboró un sistema de análisis para unificar los criterios de estudio de los datos por parte de la comunidad sismológica internacional.
Así se inició una colaboración en la que 76 autores de 66 instituciones en 27 países trabajaron de manera coordinada.
El CSIC participó con el análisis de datos registrados en la estación sísmica instalada en Geociencias Barcelona, en la zona universitaria de la ciudad, y las 15 estaciones repartidas por escuelas de Barcelona en el marco del proyecto de ciencia ciudadana SANIMS.
"La disminución de las vibraciones producidas por el hombre ha permitido identificar señales de pequeños terremotos que hubieran pasado desapercibidas", subraya Díaz, quien agrega que este trabajo muestra que los sismómetros pueden ser una buena herramienta para monitorizar procesos no relacionados con la geología -estos aparatos se suelen usar para captar la vibración del suelo tras los terremotos-.
Dado que su instalación y mantenimiento es fácil y su coste no es excesivo, pueden ser una buena opción para estudiar múltiples procesos, tanto de origen humano como natural, concluye.