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Recientemente, el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, reveló que nunca ha realizado ni hara una comida solo con una mujer que no fuera su esposa, con lo cual invoca la "regla de Billy Graham".

El líder evangélico fundador de la Asociación Evangelista en Estados Unidos en 1950 ha instado a los líderes masculinos a "evitar cualquier situación que tenga incluso la apariencia de compromiso o sospecha". Los hombres deben evitar pasar tiempo a solas con las mujeres a quienes no están casados. La razón es simple: evitar empañar su reputación, ya sea por caer presa de la tentación sexual o invitar a los chismes sobre la improductividad.

Esa misma regla sucede en el Congreso de Estados Unidos, ya que varias mujeres empleadas y miembros del Congreso, así como sus colegas masculinos confirmaron, la existencia de una política implícita de que sólo los empleados varones podrían tener reuniones privadas y en público uno a uno. En la cultura machista y conservadora estadounidense, no es sorpresa que ellas ganan alrededor de 6 mil menos anualmente que sus pares masculinos.

De acuerdo con W. Brad Johnson y David G. Smith, especialistas en psicología y sociología, respectivamente, tal acción se trata de un acto de exclusión y segregación sexual. Las políticas que frenan el contacto entre hombres y mujeres en el trabajo sirven para perpetuar las nociones de que las mujeres son tentadoras tóxicas, que quieren seducir a hombres poderosos o acusarlos falsamente de acoso sexual.

Asimismo, este encuadre, según los académicos, permite a los hombres justificar su ansiedad por sentirse atraídos por las mujeres en el trabajo y, a veces, por sus propias violaciones de los límites sexuales. También socava la validez percibida de las reclamaciones de las mujeres que han sido acosadas o agredidas. Aunque los límites profesionales reflexivos crean la base para la confianza, la colegialidad y el tipo de intimidad no sexual que sostiene las mejores relaciones de mentoría, los límites basados ​​en el temor son diferentes.

Para construir relaciones de trabajo más cercanas y sin ansias con los miembros del sexo opuesto, según los expertos, los hombres reflexivos estarán bien servidos por tener más interacción con las mujeres en el trabajo.

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En una serie clásica de estudios, el psicólogo Robert Zajonc descubrió que la exposición repetida a un estímulo que anteriormente causaba incomodidad ayudó a reducir la ansiedad y aumentó la probabilidad de tener cariño e interacción positiva. Dicho el mero efecto de la exposición en la psicología social, el principio ha sido particularmente útil en el cambio de actitudes negativas sobre los grupos estigmatizados.

A decir de los especialistas, la cualidad más falsa y engañosa de la regla de Billy Graham y otras formas de segregación sexual en el trabajo puede ser su naturaleza superficialmente honorable y caballeresca. Este "sexismo benevolente" incluye evaluaciones de mujeres que parecen subjetivamente positivas pero que son muy dañinas para la equidad de género.

Los psicólogos Peter Glick y Susan Fiske descubrieron que las mujeres a menudo respaldan muchas formas benevolentes de sexismo. Por ejemplo, que las mujeres son delicadas y requieren protección, o que las cuarentenas sexuales en el trabajo ayudan a preservar la reputación de las mujeres.

Esto puede explicar por qué muchas mujeres aplaudieron la postura de Pence como prueba de su carácter y compromiso con su matrimonio. Pero el sexismo siempre disminuye y desventaja a las mujeres en el trabajo. Incluso las políticas sexistas benevolentes, que carecen de hostilidad transparente y parecen "agradables" en la superficie, conducen a menores tasas de remuneración y promoción.

Además, según los especialistas, las cuarentenas sexuales refuerzan las nociones de que los hombres son malvados maniáticos sexuales, apenas capaces de silenciar y mucho menos de controlar, su radar neurológico evolucionado para compañeros fértiles del sexo opuesto.

La regla de Billy Graham y los esfuerzos rígidos para eliminar la interacción entre sexos en el lugar de trabajo no han demostrado ser eficaces. Incluso en las denominaciones religiosas más conservadoras, casi un tercio de los pastores han cruzado las fronteras sexuales con los feligreses.

Asimismo, según los expertos en psicología social, las políticas que excluyen el sexo están arraigadas en un pensamiento dicotómico profundamente erróneo: o me comprometo con las mujeres en el trabajo y me arriesgo a violaciones flagrantes de las fronteras que amenazan la carrera o evito toda interacción sin acompañamiento con las mujeres.

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