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Los carritos de comida de Nueva York son característicos como los taxis amarillos, los rascacielos o la Estatua de la Libertad, pero en estos restaurantes móviles se esconde una cruda realidad de precariedad laboral y administrativa.

A decir de un reportaje de la agencia , a pesar de trabajar entre 6 y 7 días a la semana, este negocio no garantiza la autonomía financiera de la persona que los atiende. Las ganancias se reparten entre el comerciante, el propietario del carro y el tenedor de la licencia o permiso.

Asimismo, los carritos de comida compiten con las grandes cadenas de comida rápida que ocupan los distritos de Nueva York, como Starbucks, Dunkin’ Donuts o McDonald’s.

Muchos de los comerciantes detrás de la barra, de acuerdo con la agencia, son inmigrantes de países centroamericanos o de Europa del este que ganan cerca de 700 dólares a la semana.

Esa cantidad equivale a unos 35 mil dólares al año, es “insuficiente”, según Diego, un puertorriqueño que tiene una familia de cuatro integrantes, en una ciudad tan cara como Nueva York.

Según el código administrativo de la ciudad, las licencias para operar en las calles de Nueva York no pueden ser ni vendidas ni transferidas a terceros, sin ninguna excepción.

El portal económico Crain’s New York explica que este mercado negro tiene un valor estimado de entre 15 millones a 20 millones de dólares al año que “cuesta a la ciudad millones en gastos potenciales”.

De hecho, se estima que entre el 70 y el 80 por ciento de las licencias para los carritos, que más allá de su coste son difíciles de adquirir debido a los controles del Departamento de Salud del Estado de Nueva York, son transferidas de forma ilegal y usadas por personas distintas al titular del permiso.

Pero a pesar de que solo el carro de comida equipado con las planchas para cocinar y los refrigeradores pueden costar más de 30 mil dólares, estos restaurantes sobre ruedas no hacen más que aumentar y multiplicarse.

Con el paso de los años, el sector de la restauración de bajo coste, que se inició en la Gran Manzana, es también una oportunidad laboral para cientos de inmigrantes, que llegan a Nueva York y encuentran en los también llamados “Foodtrucks” una oportunidad para iniciar un curso laboral en la ciudad.

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