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Los Hatchimals se volvieron un fenómeno esta navidad, así como sucedió con Furby, Cabbage Patch y Tickle Me Elmo, años antes.
Hay algo sobre las mascotas que simplemente apasionan a los niños. Pero todo adulto sabe lo trabajoso, caro y agotador que puede resultar adoptar un ser vivo y tener un integrante más en la familia del cual hacerse cargo.
Por eso, los juguetes que imitan a un animal vivo se han convertido en un fenómeno desde hace años. Los niños sienten que interactúan con la criatura, y los padres no tienen que preocuparse de los cuidados que podría requerir.
Sin embargo, al momento de buscar el juguete más deseado en la época de navidad, llega la pesadilla que podría ser hasta peor que una nueva mascota.
En 1998 Furby, el ave peluda que habla, llegó a los supermercados para enloquecer a los pequeños que los pedían, pero aún más a los padres que salieron desesperados en busca del regalo de Santa. Más adelante lo mismo sucedió con el peluche de Elmo, la marioneta roja de Plaza Sésamo, que se reía divertido cuando le hacían cosquillas.
Cada año, un juguete revolucionario llega para alterar la paz, felicidad y armonía de la temporada. Y este año parece no haber sido la excepción.
Hace un par de meses se estableció que el favorito de la temporada era Hatchimal. Se trata de una criatura peluda y de grandes ojos que se iluminan, que sale sorpresivamente de una especie de huevo colorido gigante. Podríamos decir que es la versión 2016 de Furby.
Lo curioso no es solo que el muñeco estaba casi agotado desde mediados de noviembre, incluso antes del Black Friday, sino del oportunismo de Sara Gruen, autora del bestseller Water for Elephants.
Tras darse cuenta que el juguete se había convertido en el más cotizado de la temporada, Gruen decidió invertir 23,595 dólares y adquirir el mayor número de Hatchis posible.
El precio de venta oficial eran 59.99 dólares, pero gracias a la escasez del producto, su valor se ha disparado hasta alcanzar los 200 dólares en algunos sitios de reventa.
Cuando se enteraron de que Gruen estaba revendiendo sus 156 muñecos a más del triple, las redes comenzaron a explotar. Era un abuso y no tardarían en hacerle llegar su opinión sobre el negocio que estaba haciendo.
Gruen incluso confesó haber recibido amenazas de muerte a través de Twitter y Facebook. Pero argumenta que su reventa es para ayudar a un convicto injustamente encarcelado de por vida, y confía en que el odio que recibe no es tan serio como acusa.
Sin embargo, lo que la autora no esperaba era que EBay, la plataforma donde planeaba revender los juguetes, bloquearía su cuenta de forma que solo podía subastar tres muñecos por semana.
La estrategia le pareció injusta. Pero encontró una solución rápida y comenzó a revender a través de su propia página. Hasta la semana pasada, Gruen había logrado deshacerse del 40% de su compra y, aún con críticas y ataques, espera vender todos los juguetes hasta antes de Noche Buena.